Futurs de La Caldera i Postdata

 

liquidDocs > ¿Un receso? ¿Un punto y seguido? ¿Un punto final?

Hay que hacer prospectiva, aún sabiendo que los deseos dependen en gran medida del contexto, tanto como de las inercias, las circunstancias y los apoyos externos. Hay que considerar las dificultades e inseguridades que ha sufrido el colectivo de La Caldera a lo largo de casi toda la existencia del centro, debido a las conocidas y habituales espadas de Damocles en el sector de la danza en Barcelona y en Cataluña. ¿Cuáles son los cambios o las posibilidades que los miembros prevén, desean o esperan del futuro?

El cierre del centro y las posibilidades futuras de reformulación, traslado o desaparición abren un debate en el que los diferentes socios fundadores mantienen posicionamientos personales. Piensan en aquello que ha sido La Caldera, y sobre cómo valdría la pena que fuera La Caldera en una nueva etapa, si esta finalmente se da. Para Carles Salas “la etapa que comenzamos ya está acabada, y nosotros ya hemos cerrado esta etapa: los socios fundadores ya hemos decidido que cambiaríamos, y que seríamos el uno cocinero, el otro una ONG, la otra será asesora, la otra profesora de niños, el otro desaparecerá, el otro irá de aquí para allá...”. Pero Carles Salas entiende este final como una oportunidad de cambio y regeneración: “Ahora La Caldera se ha acabado, los socios fundadores ya somos como un matrimonio que tiene que convivir por separado. Y si La Caldera continuara, habría que hacer un planteamiento en el que cada cual se involucrara más, con los proyectos propios y con La Caldera. Es una cosa que yo ya había planteado hace tiempo, y que recientemente ya ha funcionado así, aunque haya sido por simple necesidad”. 

Salas sigue con la reflexión, y opina que el panorama de la danza en Cataluña “se está muriendo”, del mismo modo que está desapareciendo la diversidad que La Caldera aportaba al ecosistema creativo de la ciudad: “El proceso que ha realizado La Caldera dentro de la ciudad revierte por un lado en un público, un público que si La Caldera no hubiera existido no habría asumido la danza. Y, en segundo lugar, revierte en la cantidad de gente de la danza que viene a La Caldera, y que la tiene como centro de referencia. Durante mucho tiempo, La Caldera ha sido el único centro de referencia existente. Y también era un centro de referencia porque no pertenecía a ningún partido político ni a ninguna línea concreta: era mucho más abierta. Había diferentes tipos de creadores y de compañías, y quien quería trabajar o ver qué pasaba se acercaba. Por eso creo que La Caldera tiene que continuar, pero lo tiene que hacer de una forma muy diferente. Actualmente somos los únicos en el mundo de la danza que no somos una única compañía. Pero habría que apoyar también otros muchos espacios: La Poderosa, La Porta... hay que tener una variedad como la que se encuentra en ciudades como Berlin, por ejemplo. Cuántas más diferencias y elementos haya, más rico será el panorama...”.

Carles Mallol también tiene la diversidad como argumento, con las reformulaciones que sean necesarias, y apuesta por darle un nuevo empujón a un centro de creación que ve necesario: “Ante lo que está pasando, tiene más sentido que nunca que resista un proyecto como el nuestro, porque actualmente todo el engranaje creativo depende mucho de la política. Y según qué cambios se produzcan en el futuro, al haber mucha concentración en pocos lugares, el día que  haya eliminaciones o decapitaciones, todo puede acabar en un desierto... Pero si La Caldera cambia de sede, y comenzamos una nueva etapa, es importante que haya savia nueva. Con unos emprendedores con ganas de salir adelante. Tienen que entrar nuevas caras, y no para acompañarnos, sino para situarse al mismo nivel en el que nosotros estábamos hace dieciocho años”. El rechazo a la desaparición cíclica de las estructuras culturales y creativas hace que Beatriu Daniel defienda el reciclaje, la transformación y el uso de los aprendizajes y las experiencias acumuladas en el sector: “Yo creo que la misión de los caldereros ya ha acabado, pero también creo que la marca o el referente de La Caldera tendría que continuar. Porque creo que vivimos en un país donde el procedimiento habitual es el escombrar y el volver a construir, y en cambio a mí me parecería maravilloso que el trabajo hecho a lo largo de tantos años por parte de todo el equipo de personas se pudiera reformular completamente y seguir existiendo. Pienso que la reformulación todavía se puede hacer: que la referencia Caldera sí que estaría bien que continuara. Porque cuesta mucho crear referencias. En este país no hemos tenido referencias de danza, porque la gente siempre ha empezado de cero, y no ha habido herencias. Me gustaría que continuara el nombre de La Caldera, con una nueva fórmula. La que necesitara en aquel momento la gente, porque esto es lo que yo creo que es una fábrica de creación: un reflejo y una consecuencia de lo que los artistas necesitan en un momento determinado. Una respuesta a las necesidades, y no una embolada de alguien que quiere tener una casa, pagando un continente sin que los contenidos estén definidos. Los contenidos los marcan las necesidades de las personas...”.

Lipi Hernández no lo ve del mismo modo: “Yo creo que en algún momento las cosas deben terminar, se deben limpiar. Lo que quede de La Caldera será lo que nosotros hayamos aprendido y lo que podamos seguir manifestando en nuestra vida, porque las cosas se acaban...”. Y qué opina aquel que encontró el edificio y, con su iniciativa, lo puso todo en marcha? Dice Álvaro de la Peña: “La Caldera nació de un sueño, de un ímpetu y de unos impulsos, y lo interesante es que esos sueños e ímpetus sigan, aunque cambien las formas”.

Al hablar de La Caldera, hay que valorar su característica dual: entre lo intangible de la creación y la materialidad del inmueble. La Caldera ha sido un espacio físico y, a la vez, es el conjunto de ideas y de actos que tuvieron lugar y todavía colean. La Caldera la forman las palabras y los movimientos que fueron dichas y ejecutados y todavía resuenan, los proyectos y las celebraciones que todavía fructifican y se recuerdan, los acontecimientos efímeros que perduran plenos de sentido, todos los actos y las relaciones que tuvieron lugar, que la llenaron y la trastornaron alguna vez... La diversidad de voces, de recuerdos, de conceptos y de escenas ligadas a La Caldera es cuantiosa, porque son muchos los que en un momento u otro han pasado por sus espacios y han formado parte ella. La Caldera, como se decía al inicio de estos textos, ha sido y ha hecho muchas cosas, y ha crecido con la evolución de sus creadores, con las transformaciones de los espacios, con los nuevos paradigmas y las nuevas necesidades. Se ha ido adaptando, y en cada momento ha recogido debates e inquietudes diversas, ha acogido artistas, alumnos y espectadores diferentes, ha propuesto perfiles, actividades y maneras de funcionar y estructuras mutantes... Algunas de las tareas emprendidas por La Caldera, algunos de sus proyectos y de sus anhelos, han ido apareciendo a lo largo de este retrato coral, tejido con las voces de los caldereros, pero la lista exhaustiva sería inabarcable.

Lo que sí que se puede decir es que, si La Caldera ha sido un “islote” importante en el heterogéneo mapa de la creación en Barcelona y en Europa, con su funcionamiento también ha constituido un verdadero archipiélago: pleno de islas y de corrientes, de habitantes y de invitados, de fauna y de flora diversas. En este archipiélago, La Caldera ha ejemplificado con tenacidad y alegría aquella receta de Claire Verlet (de la Casa de las Compañías y los Espectáculos del Centro Nacional de Danza de Pantin, en Francia), quien en una ocasión propuso “atribuir más responsabilidades económicas y organizativas a los artistas, ya sea dándoles financiación para gestionar un escenario (donde puedan desarrollar un acceso directo al público, así como invitar a otros artistas) o dándoles la oportunidad de programar una carta blanca, un festival o un acontecimiento”. Ciertamente, en La Caldera los creadores cogieron las riendas no sólo de la creación, sino también de la logística y la organización a todos los niveles de las estructuras creativas. La Caldera ha sido así mismo un modelo que ha demostrado las virtudes de “la multipolaridad de la iniciativa cultural” postulada por Jacques Rigaud. Porque, a lo largo de dieciocho años, el centro de creación de Gràcia ha aportado energía, vitalidad y diversidad a la red de nodos generadores de cultura: ha promovido las colaboraciones, ha multiplicado los contactos, ha difundido a muchos niveles la creación, la cultura y las artes. Ha creado complicidades con centros, entidades y personas lejanas y cercanas, hasta convertirse en un contenedor en constante ebullición, pleno de contenidos palpitantes.