Nuevo espacio, nuevos retos, nuevas oportunidades

Todos necesitamos que en algún momento algo rompa nuestra cotidianidad y la linealidad de nuestras vidas. Algo que despierte nuestra curiosidad, nuestras emociones…, que nos remueva por dentro y nos obligue a cuestionarnos. La Caldera era uno de esos extraños y estimulantes lugares donde una acude con la seguridad de que algo la sorprenderá y provocará de algún modo. Un proyecto que ha ido salpicando las calles de curiosidad y de vida.

Aquel edificio que en sus inicios fue poblado por compañías con necesidad de espacio de trabajo, con el tiempo fue evolucionando y abriendo a otros creadores, disciplinas, miradas, procedencias, y convirtiéndose en un lugar para la formación, el intercambio, el encuentro, la exhibición, el trabajo en red. Y abierto a la ciudadanía, al barrio. De escalera de vecinos a casa abierta al mundo. Un referente indispensable para los creadores de la ciudad, y reconocido tanto internacionalmente como por su entorno más inmediato. 

Ahora La Caldera afronta un nuevo reto. Hay que abandonar el edificio que la ha acogido desde que nació. El que le dio sentido al nacer y el que la vio crecer. Entre la tristeza y la esperanza de poder continuar parte del proyecto iniciado. Se abren los interrogantes... El paisaje ha cambiado. Es el momento de imaginar nuevos futuros, de crear juntos nuevos presentes. Desde que surgió La Caldera hace 20 años han nacido otros espacios, nuevas formas de producción, de relación, de creación, y la crisis está arrasando con un tejido que siempre fue peligrosamente frágil. 

Los habitantes de La Caldera afrontan el reto y ofrecen poner la experiencia adquirida a disposición de un equipamiento de interés público y abierto impulsado por iniciativa ciudadana. Surgido de la necesidad, desde el compromiso, desde la responsabilidad compartida, sin certezas ni prejuicios de partida. 

La nueva Caldera se plantea como un lugar de oportunidades. Un cruce de caminos, una parada en el camino. Una casa de acogida abierta, plural, viva, orgánica, flexible, expandida. Un espacio laboratorio, de trabajo, de encuentro, de reflexión. Un lugar que asuma la complejidad como única verdad posible. Donde se mezclen disciplinas, edades, procedencias, miradas, experiencias. Donde aprender de la diferencia. Donde los procesos sean parte del resultado y parte inseparable de la experiencia. 

Una caldera donde cocinar y presentar guisos con tiempo y cariño. Donde experimentar con libertad, donde degustar, donde aprender del fracaso. Como en las mejores cocinas. Como en cualquier laboratorio. Un espacio desde donde despertar y contagiar curiosidad, provocar emociones, reflexiones, experiencias compartidas, dentro y fuera de sus paredes. Una caldera acogedora, hirviente de vida, llena de posibilidades.

 

Cristina Riera es coordinadora y gerente del nuevo proyecto

Septiembre, 2013