La Caldera bulle

 

Las calderas eran el corazón de las viejas locomotoras, las que abrieron caminos, y lo son aún de la calefacción central de las casas. Una caldera tiene más de artesanal que de industrial, de punta de arranque del movimiento, de creación de calor, de habitáculo para la vida. Y así es también para la asociación catalana de coreógrafos y bailarines que eligió este nombre como distintiva locomotora del largo tren en el que acababan de enrolarse como Asociación Cultural por el Desarrollo de Actividades Coreográficas. La razón por la que nueve compañías se arrimaron al espacio de una antigua fábrica del número 43 de la calle Torrent d’en Vidalet, en el barrio barcelonés de Gracia, fue básicamente la búsqueda de un lugar de ensayo (y, de rebote, de una unión que les otorgara fuerza y algo más de vidilla). Corría el año 1995. Rehuían la intemperie y el largo camino en solitario a los que tantas veces parece condenada la danza. Y el emplazamiento lo descubrió Álvaro de la Peña, de Iliacán. Él también tuvo una ilusión, como dice el anuncio, parafraseando la de quienes tuvieron un sueño que podía cumplirse. En seguida la propuso y la contagió a Toni Mira, de Nats Nus, y el proyecto de alquilar esa vieja y enorme nave industrial se hizo inmediatamente extensible a Lipi Hernández de Las Malqueridas, Sol Picó de la compañía homónima, Inés Boza y Carles Mallol de SenZa TemPo, Alexis Eupierre de Lapsus, Carles Salas de Búbulus, Montse Colomé de Emergències Coreogràfiques y Maria Rovira de Trànsit. Hoy por hoy, esta última coreógrafa es la única baja del colectivo inicial. Y tanto el mantenimiento como el prestigio de las compañías sin duda habrían sido distintos sin la existencia y el estímulo del colectivo, sin el calor y la energía de La Caldera.

Al juntarse, buscaban simple cobijo físico, un lugar de ensayo, un local donde poder hacerse mínimamente a la idea de la existencia de una compañía más allá de los pagos a Hacienda. Toni Mira recuerda que “primero sólo era eso para todos nosotros: básicamente poder contar con un espacio de ensayo propio en un local que tenía mil posibilidades”. Pero, como ahora insisten todos, con el roce y la simple convivencia se generó rápidamente mucho más, chispas creativas. Lo remarca el mismo Mira. “Uno no puede saber hasta que punto algo le ha influido y le ha hecho como es, porque todo nos influye y en este sentido yo soy una esponja. Pero estoy seguro de que no sería el mismo sin estos años en La Caldera: compartes técnicas y formas de trabajar distintas a las tuyas, tienes a los compañeros como espectadores críticos de lo que pruebas, y esto ya no es sólo el lugar de ensayo al que vinimos, sino un aula viva de aprendizaje. El flujo de coreógrafos, técnicas, ideas, músicas y gente de otras disciplinas es constante. Valoro muy positivamente la experiencia que ha supuesto para todos nosotros”. El clima de buen rollo es absoluto. Y, para Carles Salas, lo que empezó simplemente como una relación simbiótica bajo el peso de las necesidades en las que sobrevive la danza, se ha convertido “en una gran familia que facilita el intercambio y el enriquecimiento creativo de todos los coreógrafos asociados. Se han creado muchas complicidades y respeto”.

Esta posibilidad de diálogo y de confrontación de ideas se ha hecho extensible a la relación con el público, las instituciones y otros coreógrafos y disciplinas artísticas, lo que ha convertido La Caldera en un referente imprescindible en el mapa barcelonés y catalán. Por un lado, es un centro de creación y producción de espectáculos; pero, por otro, se dan cursos a profesionales e incluso clases a espectadores (en el barrio de Nou Barris de Barcelona o en la remodelada fábrica de l’Estruch en Sabadell), debates y conversaciones entre coreógrafos que se explican y espectadores que comentan sus impresiones del espectáculo y hurgan en sus rendijas. Para Lipi Hernández, esto no ha sido sólo enriquecedor para los asistentes a los fórums, sino para el mismo coreógrafo que descubre “como es recibida tu obra y te hace consciente de impresiones que podrían haberte pasado desapercibidas y que vas a poder controlar mejor en adelante. Los asistentes son gente de todo tipo, pero sin duda espectadores curiosos, abiertos, que muchas veces te sorprenden con sus interrogantes. Poner gente en contacto siempre es interesante, y a eso nos dedicamos en La Caldera”. Y a todos los niveles. Con seminarios, con talleres, con jornadas como el par que se dedicaron a las relaciones entre dramaturgia y coreografía o como el proyecto Caldera Express T-43, ambas actividades combinadas por Toni Cots: “Express” por la connotación de viaje al traer a Barcelona coreógrafos y artistas internacionales invitados a trabajar con los del país, e incluso presentar como work in progress el resultado, aún en proceso, de esta convivencia; y T-43 por Torrent d’en Vidalet 43, su dirección en Gràcia. Cots ha sido uno de los defensores constantes de “dar voz a los artistas, de ponerlos en contacto desde disciplinas y países distintos, de trabajar bases para la creación y el análisis reflexivo”.

Lipi Hernández subraya también este interés por la reflexión en La Caldera. “Alrededor de la danza han faltado muchas veces las palabras, hablar claro, algo tan necesario para poder intentar entender los procesos. Intentamos dar voz a los creadores, abrir puertas al máximo de visiones distintas, y a poner en contacto gente interesante alejada de nosotros por la geografía o por el estilo, además de poner al descubierto como se desarrollan los procesos creativos: enseñar extractos de obras o fragmentos que no van a ser nunca más que lo que ya son, pero que ponen al descubierto eso. Normalmente, el público sólo ve los puntos de llegada: a nosotros nos parece interesante dejarle ver también de donde se salió y cómo se ha desarrollado la carrera, como una forma de descubrir y entender mejor los entresijos de la creación”.

A lo largo del tiempo han descubierto que este público cómplice y curioso puede ser más o menos minoritario, pero existe. Sin duda han contribuido a crearlo. Porque uno va metiendo ingredientes en La Caldera, y el guiso es otra cosa mucho más sabrosa que llega luego por sorpresa. De momento, La Caldera ya no sólo promete, sino que ha cumplido. Y así lo ha entendido también esta temporada el Mercat de les Flors, cuando ha incluido en su programación dos lunes de Caldereta, o sea, de pequeños espectáculos en proceso abiertos al público. Y es que, ciertamente, con una oferta alternativa e independiente La Caldera está cada vez más presente en el mercado de la danza contemporánea.

Joaquim Noguero, es profesor de periodismo cultural en la 

facultad de Comunicación Blanquerna (URL) y crítico de danza.

 

Por la danza, núm. 58 (primavera 2003), ps. 46-47.