Alexis Eupierre

 

Empecé a escribir este texto al inicio de mi etapa como director artístico de La Caldera. Recuerdo que, un día, me pidieron un escrito con mi opinión sobre cuál es, o qué tendría que ser, el papel y el contenido de un centro de creación. Finalmente nunca envié el texto, pero ahora encuentro oportuno recuperarlo parcialmente, para introducir este libro sobre los 18 años de trayectoria de La Caldera.

La Caldera es uno proyecto colectivo liderado por un grupo de artistas. También ha sido un contenedor, y un centro de creación de danza y artes escénicas pionero en muchos aspectos en Cataluña y en el Estado español. Sin duda ha tenido una gran repercusión y un gran impacto, tanto en la vida de muchas personas como en el tejido creativo de la ciudad de Barcelona. Y también, de forma muy directa, en la vida diaria de los vecinos de Gràcia, donde ha tenido su sede a lo largo de estos 18 años de vida.

Creo que esta frase resume bien la filosofía de La Caldera: el contenedor escucha, y el contenido habla... pero el contenedor también habla, según la manera en que escucha. Es decir, las formas de producción y las formas de funcionamiento de un centro son determinantes a la hora de realizar algo, ya sea una pieza, un acontecimiento o un curso, y están presentes en el resultado final del producto.

Los centros de creación tienen que ser espacios “mediadores”, tienen que crear las circunstancias necesarias y adecuadas para que lo que todavía no existe pueda acontecer. El artista tiene que formar parte activa de los entes de gobierno y de dirección de los centros, porque es el artista, mejor que nadie,  quién tiene que saber qué es aquello que necesita para desarrollar su tarea. Y es el artista también quién puede aportar a la gestión, capacidad creativa y de invención, y un conocimiento profundo de los procesos, teniendo en cuenta sus especificidades. 

Hay que generar contenedores abiertos, desde los que hacer posible a los creadores el desarrollo de sus obras y búsquedas, y donde hacer accesible a los ciudadanos la gran diversidad de lenguajes y de formas de expresión artísticas. Es imprescindible que el arte y la creación sean libres de expresarse de la manera que quieran, que no sea algo que se utiliza con unos fines y unos intereses ajenos a la creación misma.

Creo sinceramente en el potencial transformador del hecho creativo, en su potencial “revolucionador” de conciencias, en su potencial transformador. Y creo que, ahora más que nunca, esto es absolutamente necesario tanto a nivel humano y personal como a nivel colectivo y social. Hay que reencontrar el sentido originario, profundo, desvelador, cuestionador y también poético del arte y de la creación, así como su función en la sociedad.

Un centro de creación tiene que tener capacidad de adaptación, tiene que ser flexible, y a la vez tiene que poder proyectarse en el futuro. Los proyectos no entienden de años naturales y se cocinan a fuego lento, y por lo tanto es urgente encontrar los encajes administrativos necesarios que faciliten nuestra tarea.

El gran potencial de la creación es la capacidad de inventar, de innovar. Es su potencial crítico, su potencial diferenciador, y únicamente con un espaldarazo firme podremos acercarnos a la tan deseada “excelencia”. Para empezar a generar “excelencia” tenemos que crear primero las circunstancias adecuadas, unas condiciones de trabajo efectivas y sostenidas en el tiempo: espacios estables de creación y de búsqueda. Hay que apostar para dar tiempo a los procesos creativos, y tenemos que invertir especialmente en formación y educación de calidad. La educación es un proceso que no se acaba nunca, y hay que contemplarla siempre desde esta perspectiva. Tenemos que dar a la cultura el papel que necesita en una sociedad avanzada, tenemos que hacerlo sin tapujos, y eso sí que es una tarea imprescindible y urgente que corresponde a nuestros políticos y representantes. 

Porque, ¿quién o qué habla mejor de un grupo de personas, de una sociedad, de una cultura o un pueblo, que sus propias formas de expresión?

Trabajar dentro de un colectivo tan diverso como La Caldera, por donde pasa tanta gente, ha sido todo un reto. Transigir, en muchos casos, ha sido un gran aprendizaje. Cuando hablamos de tolerancia en abstracto parece sencillo, pero me he dado cuenta de que practicarla día a día no es nada fácil: hablar no quiere decir entenderse. Si las palabras no llegan a todas partes, en cambio el movimiento y la creatividad son como el agua, vitales para vivir. Siempre encuentran su camino, aunque sea filtrándose por debajo las piedras. Su fuerza se encuentra en su adaptabilidad, en la fluidez, en la persistencia, en la necesidad incuestionable de ser.

Hay una expresión en Costa Rica que me gusta mucho, y que utilizan muy a menudo: “pura vida”... y sí, el movimiento y la creación son exactamente eso: ¡pura vida!

Mayo de 2013.